Texto de B.Vignoli para la muestra "Un día perfecto para el pez banana" de Gabriela Gabelich en Cultura Pasajera: Córdoba 954 - Rosario - Santa Fe - ArgentinaGG: “Los perros también se suicidan por amor”
Beatriz Vignoli
Beatriz Vignoli
“No me mientas / Mentime que me gusta / Los cuerpos no mienten”: tres consignas virales estructuran la obra reciente de Gabriela Gabelich en una triple paradoja que interroga el espacio del síntoma donde se traman perversas relaciones entre la mentira del discurso y la verdad del sujeto. De un sujeto que no encuentra dónde alojar su verdad en un discurso que se ha vuelto puro orden discursivo, cuando no mera mentira o simple discurso político pragmático, siempre cooptado por “lo que conviene decir”.
“No me mientas”
En un par de cuentos de J. D. Salinger y de John Cheever, autores sumamente representativos de la llamada generación silenciosa, Gabelich encuentra un eco a su exploración del espacio sintomático que se abre entre los polos de lo dicho y lo no dicho. Los hombres y mujeres de la generación silenciosa maduraron durante el comienzo de la Guerra Fría, callando toda verdad subjetiva que pudiera resultar inconveniente mientras decían sólo aquello que los demás esperaban oír.
De estos padres nació la generación Jones (los nacidos en la segunda mitad de los ’50 y en la primera mitad de los 60) y la generación X: la de Gabelich, quien, fascinada por la famosa carta suicida de su coetáneo Kurt Cobain, abrió con ella hace tres años una página web de cartas suicidas. Cobain explicaba su decisión alegando que no soportaba tener que seguir fingiendo una felicidad y una pasión que ya no sentía. En un rapto de honradez, rubricando con sangre el valor de la verdad, Kurt se mata. La generación X terminó pareciéndose demasiado a aquellos dos personajes de la saga familiar de Salinger, el veterano de guerra Seymour Glass y su hermano menor Holden Caulfield, para quienes el peor insulto posible era “phony”, es decir: “careta”.
En el escopetazo bien real del líder de Nirvana resuena quizás el mítico tiro del final de Seymour, incapaz de expresar todo lo que calla y cuya contrapartida perfecta, en “Un día perfecto para el pez banana”, es su esposa que no para de hablar por teléfono mientras se pinta las uñas. El parloteo “phony”, “on the phone”, cosmético, puro fetiche oral, puro fonema que recubre y embellece la realidad más que nombrarla o decirla, tiene a un abismo insalvable de distancia a su otro romántico: la experiencia inefable, íntima, secreta, innominada. Abrir ese cofre es la muerte.
O, como dice Nietzsche: “Di tu palabra y hazte pedazos”.
Los backlights que realizó Gabelich desde el 2006 son parientes visuales de esa interminable y banal charla telefónica al comienzo del cuento. Allí GG colecciona clisés profesorales, fragmentos virales del orden del discurso académico cuya única función es incluir al discurso en ese orden, sin aportar nada de contenido y haciendo abstracción del sujeto y su verdad. Son las frases que se pronuncian en un aula universitaria o en una sala de conferencias con esa altisonante voz engolada que es pura institución.
“Mentime, que me gusta”
La ilusión de que en lo reprimido radica un hondo tesoro de significados anímicos y espirituales, la del silencio como una caja de Pandora, la alegoría de una caja negra que se develará en la lectura forense de aquella verdad única, singular y sublime por la que un sujeto estalló y cayó en picada: esa ilusión nos sostuvo sólo mientras callamos.
Porque las nuevas generaciones (que ya no ven por qué mantener la boca cerrada) han descubierto algo aún peor: que el cofre estaba vacío.
“Los cuerpos no mienten”
Contra el habla que miente, la escritura que inscribe. Y la violencia como escritura. “Te quiero tanto que no sé como decirlo”: así empieza una canción del grupo pop español Fangoria. Luego de descartar sucesivamente en pocas estrofas los diamantes, las poesías, las canciones, el matrimonio y el sexo como expresiones verosímiles del amor, concluye: “Yo quiero algo que nos una en cuerpo y alma, algo que sea para siempre y de verdad. Me comeré tu piel, me beberé tu sangre...”.
De la violencia de la escritura y su fuerza de inscripción ya escribía Barthes en su apología del Mayo francés, mientras Lacan pensaba en la verdad y el síntoma del sujeto y Foucault elaboraba su disertación sobre el orden del discurso. El estructuralismo es el horizonte del conceptualismo de Gabelich de la misma forma en que el pop constituye la base de su estética. Una estética que abraza el relativismo pero no lo celebra. Y defiende en cambio lo sublime íntimo, el secreto guardado en el corazón del árbol y sellado con barro. Lo que calló Seymour: esa inefable infinitud cuyo fondo es la muerte.
(Rosario, 27 de julio de 2009)